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Foto del escritorSilvia Berdejo Gomez

Capítulo 2: Obeciencia (Alvar Ellen)

Actualizado: 17 ago 2023


El odio y la rabia amenazan con sacudirme de nuevo, cierro los ojos y me centro en mi respiración, cojo aire por la nariz y lo suelto por la boca. Intento relajarme y redirigir toda mi ira hacia algo productivo, como, por ejemplo, la venganza.

Hace un par de años mi hermano mayor participó en este retorcido campamento y volvió a casa en un ataúd. Aunque mis padres lo desaprueben y se hayan tomado mi decisión de vengarme contra esta institución con un gran disgusto, hoy estoy aquí.

Observo el vestidor que nos han preparado a mi compañero de habitación y a mí. Esta noche tenemos la primera prueba del campamento, un baile de etiqueta que dará comienzo a estas secretas pruebas. De entre todos los trajes, decido optar por un traje negro con solapa de muesca y bordes escarlata, acompañado de un chaleco gris oscuro con los mismos bordes escarlatas que la chaqueta y una corbata del mismo tono de gris.

Observo mi aspecto frente al espejo mientras me abrocho el puño de la camisa. Me he arreglado el pelo, con un corte clásico de raya a un lado y un poco de cera y me que quitado el vello irregular azabache que tengo por barba. En conjunto tengo un porte imponente y los detalles en rojo de mi traje resaltan la ira en mis ojos.

—¡Wow, tío! ¡Estás que te sales! — exclama mi impuesto compañero de habitación.

—Gracias — contesto con el mismo rostro serio de siempre — te dejo para que te cambies tú también.

Vuelvo a nuestro cuarto. Una cama pegada a un lado de la pared y la otra justo enfrente, en mi lado de la habitación, todo está ordenado y tengo los adornos mínimos. En la de mi compañero es todo un desastre, aunque no hemos dormido en estas camas aún, la suya ya está deshecha y sobre ella hay una gran cantidad de bolsas de patatas fritas a medio comer, chocolatinas y una extraña muñeca de niña apoyada en su almohada.

No he hablado mucho con mi compañero, al entrar en el campamento Pirámide, nos han obligado a todos a firmar un documento de confidencialidad y otro en el que nos comprometíamos a que, durante nuestra estancia en el campamento, no podemos hablar de nada de nuestra vida fuera de aquí, ni siquiera decir nuestros nombres, así que sé nada sobre mi compañero de cuarto, ni siquiera su nombre.

Miro el reloj de mi muñeca, ya es la hora de presentarse en el gran salón donde se celebrará el baile de inauguración así que, sin esperar a que mi compañero termine de arreglarse, me voy sin decir nada.

Los pasillos del campamento Pirámide tienen un estilo tan renacentista que sorprende, sin duda no es lo que te esperas cuando entras en una pirámide tan futurista como ésta. Extravagantes cuadros nos dan la bienvenida a mí y a todos los demás invitados que entran conmigo al gran salón.

La sala de baile es lo que me esperaba, después de haber visto los pasillos. Lámparas de araña sobrecargadas, solemnes columnas de mármol, sillas que parecen tronos y un escenario con una cortina de terciopelo rojo. La única nota discordante en este espectáculo del siglo pasado son los camareros, androides metálicos provistos de una bandeja en su robótica mano y una servilleta en la otra.

Uno de ellos se me acerca y me ofrece una copa de champán, la cual acepto, mientras veo como llegan los demás participantes. Todos llevan sus mejores galas, las mujeres con vestidos largos y voluminosos y los hombres con trajes relucientes y zapatos brillantes.

Hay más participantes de lo que me esperaba, perfectamente podemos llegar a ser cien personas si no más y no dejan de entrar. Una chica llama mi atención, lleva un despampanante vestido rojo satén hasta los pies y escote corazón. Me ruborizo un poco al darme cuenta de que su voluminoso vestido tiene una escandalosa abertura desde sus pies hasta la parte alta de su muslo y me ruborizo aún más cuando nuestras miradas se cruzan.

Tiene el pelo castaño semirrecogido, con unas preciosas ondas cayendo por sus hombros y unos labios carnosos que me cuesta no dejar de mirar. Ella me mantiene la mirada, como si no estuviera dispuesta a apartarla, como si la hubiera retado.

Justo en ese preciso instante las cortinas del escenario se abren, dando la bienvenida a nuestra anfitriona de la noche y la misma persona que me hizo firmar los documentos hace apenas unas horas.

—¡Bienvenidos señores y señoras! — nos saluda haciendo llamar nuestra atención — antes de nada, agradeceros vuestra confianza en nosotros y esperamos convertiros en unos ciudadanos de provecho el día de mañana. Bien, todo ciudadano ejemplar debe tener tres cualidades principales que son las mismas cualidades en las que trabajaremos: obediencia, el vivir en comunidad nos obliga a cumplir una serie de normas que por el bien común debemos cumplir, trabajo, debemos aportar esfuerzo para hacer de ésta una sociedad mejor y solidaridad, debemos pensar en los demás y apoyarnos unos a otros.

Siento como me rechinan los dientes del odio que siento al mirar a la trabajadora de Pirámide, sé que ella no ha hecho nada malo, que solo es un juguete en las manos de esta institución, pero, aun así, hay que estar muy desesperado para aceptar trabajar en este centro.

—Cada bloque de este campamento constará de dos pruebas. Esta noche entraremos en ese primer bloque de trabajo, “la Obediencia”. A veces cumplir con nuestros deberes es difícil, nuestra naturaleza suele hacer revelarnos contra la autoridad, sin embargo, esta noche aprenderéis la importancia de cumplir las órdenes.

En ese momento del techo baja una cuenta atrás gigante que no había visto y ver cómo los números rojos no paran de bajar me ponen en alerta.

—Cuando ese contador — dice mostrando la pantalla que baja del techo — llegue a cero, si no tenéis pareja de baile y bailáis sobre la pista con ella, seréis eliminados.

Es la forma en la que dice esa última palabra la que hace que me recorra un escalofrío por la espalda. Algunos se ríen, otros aplauden, desconocen la gravedad oculta tras sus palabras. Debo encontrar a alguien con quien bailar inmediatamente o me puedo dar por muerto.

Por suerte, tengo una candidata en mente que creo que me podrá ayudar en esta situación. Antes incluso de que nuestra anfitriona se vaya y las cortinas de terciopelo rojo vuelvan a ocultar el escenario, me acerco con paso decidido a ella. Su mirada de sorpresa me pilla un poco desprevenido, pero eso no me frena.

—¿Bailamos? — le pregunto.

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