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Foto del escritorSilvia Berdejo Gomez

Ojos verdes

Los productos de la gasolinera no me convencían del todo, pero mi madre me había dicho que me dejaba comprar una cosa y aunque no tuviera hambre, tenía que comprar algo. El viaje que tenemos por delante va a ser largo, en algún momento me entrará hambre y si no compro nada ahora me arrepentiré. No estoy segura de sí me apetece algo salado como unas patatuelas o algo dulce como unas galletas de choco.

Busco a mi alrededor distraída y de pronto algo llama mi atención. Un niño cogido de la mano de su padre me mira, pero no es un niño normal, tiene algo extraño. Sus ojos son verdes, pero no un verde normal, sino fosforito, casi radioactivo. Su piel es blanca como la nieve y su pelo negro azabache. Su cara lo dice todo y no dice nada, es hipnótico.

El padre se da cuenta de que le he visto y acelera el paso nervioso, ocurre algo. Me acerco a mi madre corriendo y le pido que mire los ojos del niño:

—¡Mira los ojos del niño, mamá! ¡Míralos! — le suplico

Mi madre me hace caso y también los ve, puedo ver en su rostro que ella también siente que algo va mal.

—¡Vamos! — exclama mi madre cogiéndome del brazo.

Salimos de la tienda de la gasolinera corriendo y nos metemos en el coche. El niño y su padre se han montado en un coche negro bastante corriente.

—¿Qué vamos a hacer? — le pregunto a mi madre.

—Vamos a seguir a ese coche, a ese niño le pasa algo, tal vez esté en apuros.

Yo también lo he sentido, no sé cómo, pero al ver esos ojos verdes, creo que me pedían ayuda.

Seguimos el coche negro sin desviar la mirada de él ni un segundo, es como si nos llamara, como si el niño de ojos verdes nos llamara. Mi madre acelera peligrosamente y yo me giro nerviosa:

—Si te acercas tanto nos va a ver — le digo.

Mi madre no me hace caso y acelera aún más. La colisión es inmediata, el golpe me aplasta contra el cinturón y miro la abolladura trasera del coche negro con asombro. Mi madre permanece impasible, vuelve a acelerar con el coche y ésta vez el choque contra el cinturón es más doloroso.

Sorprendentemente, el coche negro acelera para intentar huir de nosotras, yo tenía razón, el padre del niño esconde algo. Mi madre intenta adelantarle y una vez a su lado, vuelve a chocar, intentando sacarle de la carretera. El segundo choque lateral es el que consigue sacarle de la calzada.

El coche negro se para y mi madre apaga el motor. Salimos corriendo y nos acercamos al vehículo volcado. Una de sus cuatro puertas tintadas se abre y sale el padre del chico a gatas:

—¡Qué has hecho! — grita.

—¿Dónde está el niño? — pregunta mi madre.

El chico sale por la otra puerta y sin decir nada se sube a nuestro coche. Mi madre vuelve a nuestro Chevrolet y yo la sigo, no sé muy bien qué está pasando, pero tenemos que proteger al chico.

Mi madre inicia de nuevo la marcha y dejamos atrás al padre del chico y su coche negro:

—¿A dónde vamos? — pregunto.

Nadie me responde.

—¿Es no me va a contestar nadie?

—Tenemos que salvar al chico — dice mi madre.

Algo ocurre, ahora no me parece tan buena idea proteger al niño, algo me dice que hay gato encerrado.

—¿Quién eres? — le pregunto.

Él me mira con sus espeluznantes ojos verdes:

—Es complicado — me contesta.

—¿Cómo que complicado?

—Nos persiguen.

Mi madre acelera en el acto y yo miro atrás, siete coches negros, igual que el que echamos de la carretera, están detrás de nosotros.

—¿Quiénes son? — grito

—Malos — contesta el niño.

Los coches negros nos rodean, se preparan para obligarnos a parar, mi madre da volantazos y choca con ellos, pero es inútil. Finalmente los vehículos que teníamos delante se paran de pronto y nosotros nos estrellamos contra ellos.

El airbag sale disparado de la guantera y me da en toda la cara, tarda unos segundos en desinflarse. Unos hombres de negro salen de los coches e intentan sacar al chico de la parte de atrás.

Mi madre sale de inmediato e intenta impedírselo, pero recibe una descarga de la táser de uno de ellos.

—¡Eh! — grito saliendo del coche — ¿Qué demonios está pasando? ¿A dónde se lo llevan?

—Ha interferido usted en un asunto de seguridad nacional, tiene suerte de que no le detengamos — dice uno de ellos.

El niño me mira y yo le miro a él. Me habla, me enseña imágenes en mi mente y lo entiendo. Él no es un niño normal y corriente, viene de otro planeta, pero no es un alienígena, es uno de los nuestros. Hace millones de años unos seres llegaron a la Tierra, evolucionaron y se transformaron en los humanos, esos mismos seres aterrizaron en el planeta del niño y el chico ahora es el resultado de la evolución de ellos.

—¿Qué vais a hacer con él? — grito — ¡Él no es más que otro humano pero de otro planeta!

Los hombres de negro me miran sorprendidos.

—¿Cómo sabes eso? — me pregunta uno de ellos.

—El chico no ha venido a hacernos daño, es una señal de paz en su planeta, quiere que nuestros mundos se unan en una alianza.

—Vas a venir con nosotros — me agarra uno de los hombres.

Ahora nos llevan a su base militar, mi madre está desorientada, el niño controló su mente durante demasiado tiempo, pero se recuperará. Tengo que decirles lo que el niño me ha contado y con un poco de suerte, todo saldrá bien.

Si te ha gustado…

Desde “los productos de la gasolinera” hasta “le suplico” está basado en hechos reales, en algo insólito y raro que me pasó de pequeña y que se me quedó grabado en el cerebro. Nunca llegaré a saber que ha sido de ese niño de ojos verdes que me encontré, pero con esta historia me he inventado el “qué hubiera pasado si le hubiera seguido”.

Tal vez no fue nada o tal vez no, pero yo aún tengo grabados sus ojos verdes y nunca he vuelto a ver unos ojos como esos en mi vida.

Dicho esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y opiniones al respecto.

Y un saludo de Silvia!!

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