Antes, teníamos pensiones, jubilación y descanso al cumplir nuestros correspondientes años de servicio en la sociedad. Sin embargo, ahora todo ha cambiado.
Empezó como suelen empezar estas cosas, con la manipulación de los medios. Se empezó a manipular a la gente para que empezaran a aborrecer la vejez, odiar a la tercera edad y finalmente apoyar a un dictador, en cuyo programa electoral prometió solventar este problema.
Se instauró un nuevo régimen, un régimen que en mis tiempos mozos yo mismo apoyé, en él se decretaba la instauración de la Eutanasia y se imponía una fecha límite para vivir.
Esta nueva ley, conllevaba muchas cosas, a la edad de 67 años, todos deberíamos realizar ésta práctica, ir al Fortín y tragarnos la pastilla que nos llevaría al otro lado. Al estar obligados a cumplir esta ley, se eliminarían las pensiones, la jubilación, se trabajaría hasta la edad de la Eutanasia, con lo que ahorraría muchísimo dinero al gobierno y a la sociedad.
Todos los jóvenes apoyamos esta ley y aunque las huelgas de médicos en contra de la Eutanasia, los religiosos y la tercera edad fueron muy contundentes, la ley se instauró.
Todos esos jóvenes que votamos esta ley, ahora somos viejos y ya rondamos esos 60 años de edad, por lo que la ley que votamos, pronto caerá sobre nosotros.
Afortunadamente, hay métodos para eludirla. Me llamo Miguel Ángel Ruiz y tengo 69 años.
—¿Otra vez aquí? — me pregunta Roberto.
—Han pillado a Vanessa esta mañana, se olvidó tomarse su pastilla antiedad…
—Bueno, Vanessa tenía problemas para recordar las cosas…
—Lo sé — contesto con tristeza — he visto como la llevaban arrestada esta misma mañana, se la han llevado al Fortín…
Los dos sabemos lo que eso significa, se la han llevado al edificio Fortín, donde le harán tomarse la pastilla que terminará con su vida. Vanessa, al igual que yo, sobrepasamos la edad límite de vida y aunque tratamos de ocultar nuestra edad, a mi vecina ya se le notaba, se le olvidaban las cosas y le temblaban las manos, claros indicios de la enfermedad de Parkinson.
—Ni siquiera le han dejado despedirse de su familia — digo con melancolía.
—Ya sabes que todos acabaremos así — me devuelve a la realidad Roberto — en fin, ¿qué puedo hacer por ti?
—Necesito un nuevo carné de identidad y pastillas antiedad — contesto con firmeza.
El almacén clandestino en el que me encuentro, puede ofrecerme todo lo que necesito para sobrevivir unos años más de vida, aunque sé que todo esto no es más que una forma de alargar lo inevitable.
En este mercado negro hay de todo, pastillas antiedad, carnés de identidad falsos, botox y operaciones de cirugía estética de todo tipo, siempre está lleno de gente y siempre todos tratan de pasar inadvertidos.
De repente algo ocurre, gritos y golpes son los que se escuchan en la entrada del almacén, un pitido, un pitido de un silbato y todos sabemos lo que significa.
—¡Es la poli! — exclama Roberto aterrado.
Cunde el pánico, todos salimos corriendo en todas direcciones, pero todas las entradas están cubiertas por policías, nadie saldrá vivo de aquí. Trato inútilmente de escapar, pero de pronto, nos gasean.
Al despertar me encuentro en una sala de interrogatorios, sospecho que en el Fortín, un gran foco me alumbra y una sombra de un hombre se sienta delante de mí.
—Miguel Ángel Ruiz, 69 años… tal vez más…, de las juventudes que apoyó la Eutanasia, trabajó codo con codo en nuestro partido llegando a convertirse en funcionario del Estado y mano derecha del Ministro de Justicia — me presenta el hombre – sombra — ¿es eso correcto?
—Así es — contesto un poco asustado.
—¿Por qué un funcionario del Estado se encontraba en un almacén clandestino antiedad? — me pregunta.
—Porque con ser funcionario del Estado no basta para tener inmunidad antiedad — contesto.
Solo los líderes del partido tienen el derecho de rehusar la Eutanasia y vivir hasta que sus cuerpos aguanten, lo que ahora veo como algo completamente injusto.
—¿Se da cuenta de que por su estupidez está impidiendo que la sociedad avance? No es más que un parásito para esta sociedad, su exterminación es necesaria.
El interrogador se levanta con cierto aire de desagrado, pero yo no me pienso callar, no ahora que tal vez sea la última oportunidad que tenga de expresar lo que siento, de decir mis últimas palabras:
—Sí, es cierto, mentí sobre mi edad, pero solo porque no me dejaron otra opción. La vida no es más que un conjunto de momentos, algunos buenos y otros malos. La vida empezó de forma inexplicable y en un principio terminaba de esta misma forma. Así se quería que fuera, inexplicable, imprevista, incontrolable. Cada etapa de nuestra vida tiene un propósito, una función, al negarnos una, nos estáis negando llegar al fin de todo, a responder a todas esas preguntas que nos preguntamos, ¿por qué estamos aquí? ¿Qué significado tiene nuestra vida? Estoy convencido de que todas esas preguntas las llegaremos a saber, pero tenemos que llegar a esa última exhalación de vida, para entenderlo. Y cuando lleguemos, se sabrá de qué lado ha estado cada uno, si hay mal o bondad en nuestro interior y se aplicará el justo castigo a nuestros crímenes.
Me sacan de la sala y sé a dónde me llevan, sé que este es el final, que no hay motivos para la esperanza, pero no me quejo, porque al menos, al ocaso de mi vida he sabido que me equivocaba y es ahora, cuando pagaré por todo lo que hice.
Si te ha gustado…
Para escribir este relato me he inspirado en la política actual y en el dilema de la Eutanasia. Este tema que tanta controversia tiene, tiene una parte buena y una mala, la buena es “la libertad de la gente a decidir sobre sí mismos”, la mala, es que se puede manipular.
Con esta historia quiero señalar ese posible escenario manipulable. Llegamos a esta vida con dolor y salimos de ella con dolor y tal vez esto deba ser así, al parar una etapa de nuestra vida nos estamos impidiendo descubrir que hay al final del túnel.
Dicho esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y opiniones al respecto.
Y un saludo de Silvia!!
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