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Foto del escritorSilvia Berdejo Gomez

El Infiltrado

Desde que se descubrió que hay seres alienígenas infiltrados entre nosotros, la gente se ha vuelto paranoica. Estos seres tienen la capacidad de imitar la apariencia humana y a simple vista parecer uno de los nuestros. Su intención es hostil, quieren destruirnos, someternos o dominarlos, ya que su único deseo es quedarse con la Tierra.

Este gran descubrimiento ocurrió hace unos meses, cuando uno, convencido de que el presidente era un alienígena, le disparó en el pecho en plena rueda de prensa. La sangre del presidente era verde y eso fue lo primero que nos alertó. Las últimas palabras de nuestro ex–gobernante fueron: “Solo soy uno de muchos, los humanos pereceréis”.

A partir de ese momento cundió el caos y poco a poco, fueron apareciendo más casos de “alienígenas infiltrados”. Hasta que al final se impuso la ley Marcial y el ejército puso orden. Empezaron a hacer detenciones de los que la gente pensaba que podría ser un alienígena y los metían en lo que llaman “la Caja” para averiguar quién es un alienígena y quién no.

Ahí es donde estoy encerrado ahora, en una de las Cajas, una habitación metálica y sin salida, confinado con otros como yo. Nos han dicho que uno de nosotros es un alienígena, que están casi seguros de ello. Nos han hecho pruebas de todo tipo, pero no hay forma de saber quién es un alienígena y quien no, ya que a no ser que los mates, no puedes ver su sangre verde.

—Y ¿Qué demonios van a hacer? ¿Encerrar a toda la población hasta que averigüen un modo de identificar quién es alienígena y quién no? —

Exclama nervioso uno de los que está en mi Caja.

—¡Cálmate! Tenemos que pensar — dice otro.

—Piensa en positivo, al menos nos resguardamos de la lluvia que está cayendo estos últimos meses — se ríe otro.

Busco a mi alrededor, si lo que dicen los militares es cierto, uno de nosotros es un extraterrestre. En la caja somos siete personas en total: Un hombre mayor y trajeado, un tipo con pinta de músico o artista, una guapa adolescente, un joven aún con el uniforme de su trabajo en un restaurante de comida rápida, una mujer con ropa de estar por casa, un empresario que no deja de mascar chicle despreocupadamente y yo.

—Y ¿Cómo saben que solo hay un alienígena entre nosotros? ¡Puede que haya más! — sigue quejándose el músico.

—¿Quieres callarte, por favor? — dice el anciano cansado de las protestas.

—No lo saben — contesto.

Todas las caras se giran hacia mí, es la primera vez que hablo desde que estoy en la Caja.

—No pueden saberlo, sin embargo, por nuestros antecedentes, creen casi seguro que tiene que haber uno de nosotros que lo sea.

—¿Qué antecedentes? — pregunta la adolescente.

—No sé algo que hayas hecho, que les pueda haber hecho a los demás sospechar.

—¡Yo no he hecho nada! ¿Entiendes? — interrumpe el músico enfadado — básicamente mis vecinos me acusaron de alienígena porque les molestaba que tocara la guitarra a la hora de la siesta.

—A mí me acusaron de alienígena porque me comí las hamburguesas que habían hecho para los clientes — contesta arrepentido el joven.

—A mí porque tiendo la ropa fuera y a mis vecinos no les gusta, dicen que mojo los alféizares de sus ventanas— suelta la mujer.

—A mí por toser demasiado en las reuniones de empresa — dice el anciano.

Todos nos giramos hacia el empresario que no para de hacer pompas con el chicle, esperando a que nos cuente su historia, pero él nos mira con desprecio:

—Yo paso de este juego — contesta.

—Tenemos que averiguar quién es el alienígena, es la única forma de salir de aquí.

—Ya, pues, tal vez me guste estar aquí — dice levantándose del suelo

—¿Cómo puede gustarte estar aquí? — pregunta la adolescente.

—Bueno aquí no se está tan mal, ¿No? Además tenemos comida gratis.

—Tal vez intentas no contestar a la pregunta porque entonces se descubriría que eres un alienígena — dice la adolescente con los brazos cruzados.

—O tal vez me acuses a mí de ser un alienígena, para evitar contestarla tú — contesta el empresario encarándose con la adolescente.

—¡Eh!, tranquilos, nadie está acusado a nadie, ¿Vale? — intento calmar la situación.

—Yo no intento eludir la pregunta, me acusó de alienígena Nancy Flerman, para evitar que vaya al baile de fin de curso y así conseguir ella ser la reina del baile.

—Vaya sarta de mentiras — suelta el empresario.

—¡Es verdad! — exclama la adolescente.

—Vale, está bien, te creemos — digo.

—Habla por ti — dice por lo bajo el impertinente del empresario.

—A lo mejor deberíamos buscar otra forma de averiguar quién es el alienígena — sugiero.

—Es una buena idea — contesta el anciano.

Algo se me escapa, mi instinto me dice que algo va mal. Intento repasar todo lo ocurrido y me doy cuenta de algo:

—Un momento — digo — hay algo que no me cuadra, ¿Te acusaron de alienígena los vecinos por tender la ropa fuera?

—Sí — contesta la mujer confundida.

—Eso no tiene sentido, ¿Por qué ibas a tender la ropa fuera, si no ha dejado de llover en meses?

La expresión de la mujer cambia y una sonrisa maliciosa aparece en sus labios:

—Muy listo

El rostro de la mujer cambia, unos colmillos asoman de su boca y sus ojos antes claros y amables se vuelven amarillos. Ella es la alienígena:

Ahora todos moriréis…

Si te ha gustado…

Este relato se me ha ocurrido por una adivinanza en la que había que averiguar quién era el asesino de un edificio en el que había ocurrido un crimen, la respuesta a la adivinanza era que el asesino era una anciana que tendía la ropa, ya que al principio de la adivinanza se dice que esa noche estaba lloviendo.

Yo simplemente he cogido esa adivinanza y la he llevado al plano de ciencia ficción: ¿Si estuvieras en una habitación encerrado con otras siete personas sabrías quién es el alienígena? La moraleja de esta historia es simple “las apariencias engañan”, por lo que tener cuidado, ya que tal vez quién esté a vuestro lado es un extraterrestre.

Dicho esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y opiniones al respecto.

Y un saludo de Silvia!!

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