Mi marido y yo estábamos muy contentos porque al final habíamos conseguido lo que llevábamos meses buscando, estoy embaraza. Al decírselo a la familia todo se revolucionó, todos emocionados por el bebé, me colmaron de regalos y me ayudaron con todos los preparativos.
Al ser mi primer hijo estoy muy preocupada y he ido a todo tipo de clases de preparación al parto, pilates y voy regularmente a ver a la matrona para que me oriente. La comida es una de las cosas que llevo peor, se acabó comer embutidos, sushi o pescado azul. Toda mi vida gira en torno al bebé, por ese motivo estaba tan preocupada cuando el médico me llamó a la consulta, por fin iba a ver a mi bebé.
—Bien, túmbese y levántese la camiseta, vamos a ver al pequeño — me dice el doctor encendiendo la máquina.
Hago lo que me ordena y el médico me frota la tripa con un gel antes de pasar su aparato por la zona. La cara del médico es lo que me alerta, de su típico ceño fruncido pasa a la sorpresa y de la sorpresa a la confusión.
—No puede ser… — susurra pensando que no le voy a escuchar.
—¿Qué? ¿qué pasa? — pregunto asustada.
—Tiene que haber algo mal — me sonríe para tranquilizarme — vuelvo en un segundo, usted quédese aquí.
El doctor sale tan rápido de la sala que aunque su falsa sonrisa trataba de tranquilizarme, lo único que consiguió fue ponerme más nerviosa. Una vez a solas, me armo de valor para ver la pantalla del doctor, lo que ven mis ojos no hace más que aterrarme.
—¡Oh Dios mío!
Un monstruo habita en mi tripa, parecido a un lagarto, enrosca su larga cola desde las piernas a la cabeza. El hocico es pequeño, pero se pueden ver unos pequeños colmillos saliendo de él, sus brazos, pequeños y escuálidos acaban en unas pequeñas garras aún por formar. El monstruo tiene los ojos cerrados y aún le queda por formarse, pero está ahí, a la espera de su nacimiento.
El doctor llega poco después, aterrado al ver lo que mis ojos están viendo:
—¡Qué demonios es eso, doctor! ¿qué es eso? — grito muerta de miedo.
—¡Calma! ¡tranquilícese, señora Norton! ¡vuelva a tumbarse en la cama, por favor! Todavía es pronto para llegar a ninguna conclusión, vamos a investigarlo.
Pero no logra obtener ninguna respuesta, ninguna que me satisfaga, su teoría es que el niño ha sufrido algún tipo de deformación a causa de mi alimentación, pero yo lo he visto. He visto a un ser, que no puede ser humano, un ser que no debería estar dentro de mí.
Pasan los días y los medios no tardan en anunciar una noticia alarmante. No soy la única embarazada que está pasando lo mismo que yo. Muchas mujeres tienen en sus tripas un ser que no debería existir.
Estudios y más estudios tratan de llegar a una conclusión lógica, la llaman la enfermedad Lagarto, pero algo dentro de mí me dice que no es ninguna enfermedad o deformación, lo que tengo no es de este mundo.
Mientras pasan los meses, me obsesiono, trato de averiguar el origen de esta criatura, trato de recordar la época en la que me quedé embarazada, por si hubo algo que provocara este extraño embarazo. Sin embargo, no obtengo respuesta.
Entro en la sala de reunión de mujeres afectadas por la enfermedad Lagarto, con la esperanza de que esta organización me descubra algo que no sé:
—Buenos días a todas, chicas, madres — nos saluda la psicóloga nada más empezar la sesión — antes de nada, quería deciros que Zora ha abandonado estas sesiones.
—Lo hemos visto en las noticias — salta una de las embarazadas — Zora se provocó el parto, se asustó, pero al hacerlo ella murió también, perdió demasiada sangre.
El miedo se refleja en las caras de mis compañeras, están tan aterradas de este bebé como yo.
—Si queréis hablar de Zora, podemos hacerlo — tercia la psicóloga.
—El otro día sentí una patada — salta otra embarazada.
Tiene la mirada perdida y su mente en otro sitio.
—Pensé que si no comía, el bicho moriría, pero no fue así, me pegó, una y otra vez hasta que empecé a comer.
—¿Te pegó? — pregunta la psicóloga confusa.
La embarazada se levanta la camiseta, mostrando a todas los moratones y marcas de mordiscos que tiene en la tripa. Algunas gritan asustadas, otras lloran y otras, como yo, decidimos salir de la sala corriendo, huyendo de nuestro miedo y prometiéndonos no volver jamás a esas sesiones.
Llega el noveno mes, el monstruo está preparado para salir, lo siento, siento que ya está empujando, deseoso de escapar de la tripa en la que lleva encajonado tantos meses.
Llegado el día, rompo aguas y el líquido está lleno de sangre. Mi marido me lleva corriendo al hospital donde habíamos decido previamente dar a luz. Los médicos me llevan en silla de ruedas hasta la sala donde se decidirá todo.
Estoy nerviosa, me han puesto la epidural, pero creo que voy a necesitar más dosis para superar esto. Las enfermeras me animan a empujar y yo lo hago, lo hago una y otra vez hasta que el dolor me recorre todo el cuerpo. Siento que los huesos se me rompen y que los músculos se me abren.
Un grito me alerta, no es un grito de bebe, sino un rugido aterrador. Al abrir los ojos, veo al médico en estado de shock y las enfermeras más cerca de la puerta que de mi cama.
Una larga cola atraviesa la garganta del médico, las enfermeras gritan, tratando de huir, pero esa cosa se tira sobre su cuello, la sangre cubre la habitación.
El bebé, está despierto.
Si te ha gustado…
Últimamente me paso el día rodeada de embarazadas y fueron precisamente ellas, las que me dieron la idea para escribir este relato tipo “Alien, el octavo pasajero”.
Esta historia más de terror que de ciencia ficción, trata de enseñar una cosa, si un ser superior quisiera invadirnos, ¿Qué mejor forma que hacer que los seres a quienes queremos destruir sean los que cultiven a nuestros soldados?
Dicho esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y opiniones al respecto.
Y un saludo de Silvia!!
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