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Foto del escritorSilvia Berdejo Gomez

El despertador

Hace apenas unos días me regalaron un despertador, resulta curioso que se sigan vendiendo estos trastos, cuando ya todos usamos la alarma del móvil. Mis amigos solo querían hacer “la gracia” al regalarme el despertador, ya que siempre llego tarde a todos los sitios, sin embargo, el despertador me gustó.

Era un despertador retro, rojo y digital, la alarma que tenía era la radio y eso me gustaba. Siempre que pongo una alarma en el móvil me despierta con una canción que al final acabo odiando, pero despertarse con la radio puede ser una buena opción, me pareció más agradable.

Ilusionado por el despertador, decidí usarlo esa misma noche, seguí las instrucciones y puse la alarma a las siete y media, tiempo suficiente para darme una ducha, vestirme y salir. Como era un despertador nuevo y no me fiaba que funcionara bien, también puse la alarma de mi móvil, por si el precioso despertador fallaba y me fui a dormir.

Me desperté con la radio, medio dormido miré el reloj del móvil y éste señalaba las tres de la mañana, sin duda había puesto la alarma del móvil mal. Apagué el precioso despertador prometiéndome a mí mismo solucionarlo al día siguiente y dejé que la alarma del móvil me despertara al día siguiente.

La alarma del móvil me despertó y empecé con mi rutina matutina, me fui a la ducha y tal y como recordé, tenía que comprar gel de ducha ya que lo había gastado todo el día anterior. Vacié por completo el gel llenando la botella de agua para lavarme con el poco gel que pudiera quedar en el bote y me fui a vestirme. Como ayer vinieron de sorpresa mis amigos a casa para regalarme el despertador, no me había planchado la camisa que tenía que llevar hoy al trabajo, pero no me importó, no estaba muy arrugada, así que me la puse.

Salí de casa tan rápido como pude, ya que no me daba tiempo a desayunar y fui andando al trabajo. En el camino me sonó el móvil, era un whatsap de mi amiga Cristina:

Bueno, ¿qué? ¿esta tarde te quedarás en casa? — me pregunta Cristina.

Ya sabes que tengo que trabajar, hoy vienen los clientes japoneses — contesto extrañado.

Cristina ya sabía que hoy estaba liado, se lo dije hace una semana, ese era el motivo de mi estrés estas semanas.

De repente me choco con alguien por estar mirando el móvil mientras ando. La señora me mira con desagrado mientras coge la mano de su hijo pequeño.

—Perdón — digo, siguiendo mi camino sin hacerla mucho caso.

Vuelvo a mirar el móvil y Cristina ya me ha contestado.

¿Pero eso no era mañana? — me pregunta.

No, es hoy

¿Hoy domingo?

Me freno en seco confuso, hoy es lunes. Miro hacia arriba, ya he llegado al trabajo y efectivamente está cerrado, pero eso no es posible, ayer fue domingo y por la tarde me dieron la fiesta sorpresa mis amigos.

Despistado vuelvo a casa, comprobando en todos los relojes de las tiendas y en los calendarios que el día es efectivamente domingo. Me paso la mañana durmiendo, pensando que todo ha sido un sueño, pero no es así. Por la tarde, alguien llama a la puerta:

—¡Sorpresa! — me sorprende Cristina y varios amigos míos.

—¿Qué hacéis aquí? — pregunto desorientado.

—Esto es una fiesta sorpresa por tu cumpleaños — me informa mi amigo Roberto.

—Sí, y como siempre sueles llegar tarde a todas nuestras quedadas, se nos ha ocurrido regalarte esto — me dice Cristina entregándome un regalo.

Sabía lo que iba a ver al desenvolver el regalo, pero aun así se me puso la piel de gallina cuando vi el mismo despertador rojo que me había despertado por la mañana.

—¿Qué? ¿te gusta? — me pregunta Roberto.

Sin decir nada a nadie voy a mi habitación, con la esperanza de encontrar el despertador en la mesita de noche, pero no está. Cuando vuelvo al salón trato de aparentar normalidad y repito las mismas frases y gestos que hice el día anterior, sorprendiéndome a mí mismo por saber lo que iban a decir mis amigos en cada momento.

Ya a solas, pongo el despertador de nuevo y dudoso me voy a dormir con la esperanza de que al día siguiente sería diferente. El despertador me vuelve a despertar a las 3 de la mañana, lo apago y dejo que el móvil me despierte a la hora que de verdad corresponde.

Cuando me despierta la alarma del móvil, vuelvo con mi rutina de siempre. Sigo sin tener gel de ducha y gasto lo poco que me queda en la mañana, no me da tiempo a desayunar y salgo de casa para ir al trabajo.

De repente me llega un mensaje por whatsapp:

Bueno, ¿qué? ¿esta tarde te quedarás en casa? — me pregunta Cristina.

El terror me invade y se acentúa aún más al descubrir que el trabajo está cerrado. Vuelve a ser domingo y vuelvo a repetir el día, como si estuviera en un agujero de gusano.

No contesto a mi amiga, directamente vuelvo a casa y voy directo a la raíz del problema, el despertador. Lo miro de arriba abajo, ese tiene que ser el origen del problema.

¡Muy buenos días caballeros, hoy empieza un nuevo día en una preciosa ciudad! — anuncia la radio del despertador.

Voy a apagarla, pero entonces la voz de la radio cambia y se dirige hacia mí:

¡Y recordar poner el despertador en lineal! ¡si lo dejáis en modo cíclico repetiréis este día una y otra vez!

Aterrado, busco el interruptor y lo encuentro, pasando la palanca de modo cíclico a modo lineal.

¡Activado el modo lineal, bienvenido a un nuevo día! — me informa el despertador.










Si te ha gustado…


Para escribir este relato me he inspirado en mi propio despertador y lo mucho que odio despertarme con la misma melodía todos los días.

Esta historia que podría ser más de miedo que de ciencia ficción nos enseña una cosa: “lee las instrucciones antes de usar cualquier cosa”, uno de mis mayores defectos es querer adelantarme y usar algo sin saber cómo funciona con lo que acaba rompiéndose o fastidiándose por mi impaciencia, pero eso no tiene que pasaros a vosotros, acordaros de este relato cuando vayáis a poner la alarma del móvil y pensar… “que hay cosas peores que tener que madrugar”.

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