Los programas de bromas siempre han sido muy populares en nuestra sociedad, la gente se muere de la risa viendo a gente en situaciones absurdas y como éstas reaccionan ignorantes de la cámara oculta, pero ¿dónde está el límite entre una broma graciosa y una broma de mal gusto?
El programa “Bromas Nocturnas” se ha vuelto famoso precisamente por eso, por gastar bromas pesadas. El sistema es bastante simple, cualquiera te puede gastar una broma pesada y grabarte en el momento, para luego mandarle el video al programa. Cuanto más obscena, escatológica o bochornosa sea la broma, más posibilidades hay de que la emitan.
Nadie se imaginaba que el programa llegara a tener tanta audiencia, pero la pérdida de valores y de moralidad ya ha hecho mella en nuestra sociedad.
Las bromas dejaron de tener gracia cuando empezaron a ser ilegales y a pesar de los intentos de la policía de detener la emisión, el programa seguía en antena.
Yo vivía mirando hacia otro lado, ignorando las barbaries por las que las víctimas del programa les tocaba pasar, ya que hasta que no te pasa a ti, siempre parece que las desgracias son menores.
—¡Dios santo! ¿ya es esta hora? — exclamo al fijarme en el reloj de la oficina.
Miro a mi alrededor y descubro que soy una única que todavía sigue aquí trabajando. Aunque tengo mucho trabajo, el cansancio se apodera de mí y decido dejar lo que me queda para el día siguiente. Recojo y llamo al ascensor, pero un sonido cercano me alerta.
—¿Hay alguien ahí? — pregunto inútilmente a la puerta movida por el viento.
Unos pasos corren hacia mí y sobresaltada grito al ver a un hombre ponerme una capucha negra en la cabeza. Me golpean.
Cuando despierto estoy atada a una silla y a pesar de que solo consigo ver un foco apuntándome a la cara, reconozco el característico suelo de la oficina, sigo en el trabajo.
Mis ojos se adaptan a la repentina luz brillante que nubla mi vista, horrorizada contemplo a un grupo de personas a mi alrededor, pero no son personas corrientes, van disfrazados de payasos.
—¿Quiénes sois? — pregunto mareada.
—Bueno, bueno, bueno, un pajarito me ha dicho que te acaban de ascender en el trabajo, ¡por ese motivo hemos venido a darte esta sorpresa!
La chirriante voz del payaso jefe me taladra los oídos.
—Vale, ya me habéis dado la sorpresa, ahora dejarme salir.
—Nada de eso, pippireta, debes abrir tu regalo.
Uno de los payasos lleva una cámara y graba al payaso jefe mientras este me acerca un regalo cuidadosamente envuelto. Todos los demás gritan eufóricos, resuenan sus trompetas y saltan ansiosos de la emoción.
Sé que no debo abrir el regalo, sé que dentro hay algo horrible para mí y busco desesperadamente una salida a mí alrededor.
—¿Me dejas que te ayude con el envoltorio? ¡estoy tan ansioso que no me puedo resistir! — me dice el payaso jefe con una mirada salvaje.
Tras la tapa, el horror se desata, la caja está llena de minúsculas arañas rabiosas, éstas salen despavoridas y furiosas a la menor oportunidad. Chillo de horror tras las primeras picaduras e intento por todos los medios quitármelas de encima, del esfuerzo, la silla se cae al suelo y me retuerzo ferozmente de un lado para otro luchando por quitármelas de encima.
Los payasos se ríen, vociferan y cantan desaforados como si fuera la broma más graciosa del mundo. Algunos me apalean mientras me retuerzo en el suelo, como bestias enloquecidas, otros empujan las arañas que huyen de nuevo hacia mí.
Tras mucho forcejeo, tras mucha rabia contenida, mis ataduras se rompen y me levanto furiosa del suelo, con un único objetivo, acabar con todos.
Me pegan con bates de béisbol para que vuelva al suelo, pero entre la marabunta de payasos, consigo hacerme con uno de sus bates. Pillo a uno por banda y le empiezo a pegar con saña.
—¡Quitármela de encima! ¡Quitármela de encima! — grita el payaso en el suelo.
Intentan salvar a su amigo, pero ya es tarde, las arañas del suelo se han lanzado a por él, al mismo tiempo que la sangre de su cabeza empieza a emanar.
—¡Para que lo vas a matar! ¡PARA! — me intenta frenar uno de ellos.
Pero yo no paro, quiero que esto se grabe en sus retinas, quiero que se den cuenta de que conmigo no se mete nadie y quiero también hacerles ver el daño que una simple broma puede hacer.
—¡Cristina para! ¡solo era una broma! ¡te estábamos gastando una broma! — dice el payaso jefe.
En ese momento el bate se rompe por la mitad, el cráneo destrozado de mi víctima me ha salpicado la ropa de sangre. Me giro hacia los demás y descubro que el payaso jefe se ha quitado la máscara, es Elisa.
—Debí imaginarlo — digo al verla — no pudiste soportar que me ascendieran a mí y no a ti y por eso has montado todo este circo.
Elisa mira hacia otro lado con una mueca que revela más verdad de la que quiere mostrar.
Todos ellos, todos, son mis compañeros, mis supuestos amigos del trabajo, ellos son los que quisieron gastarme una “Broma nocturna”. El cámara sigue grabando, como un reportero ávido de carroña. Me acerco a él con una mirada sádica y le hablo al objetivo.
—Las bromas dejan de tener gracia cuando solo el que las hace se ríe. Dado que nadie está dispuesto a hacer nada por acabar con las Bromas Nocturnas, insto a todas las víctimas de este acoso sin precedentes a que se unan a mí. ¡Y vosotros, los bromistas del averno, con violencia nacisteis, pero con violencia moriréis!
Me giro de nuevo hacia el payaso muerto y recojo entre sus sesos algo que no llevaban los demás payasos:
—Quien ríe el último, ríe mejor.
Apunto con el arma al payaso cámara y disparo.
Si te ha gustado…
Para escribir esta crítica social me he inspirado en el acoso escolar y en todos aquellos que han tenido que defenderse alguna vez de abusones sin gracia.
Una broma es cuando dos personas se ríen de algo gracioso e inofensivo, pero cuando esa broma es acosta de otra persona, se transforma en algo mucho más peligroso.
La moraleja de esta historia, es mi lema en la vida, no hagas nada que no te gustaría que te hicieran a ti.
Dicho esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y opiniones al respecto.
Y un saludo de Silvia!!
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