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Foto del escritorSilvia Berdejo Gomez

Coma

Me desperté esa mañana como cualquier otro jueves, medio dormido fui al baño, con cuidado para no despertar a mi esposa y me duché. El agua fría me hizo despertarme y salí de la ducha esperando oír la cafetera que siempre prepara mi mujer por la mañana, aunque no fue así.

Al entrar de nuevo en mi habitación, descubrí que mi mujer seguía dormida. Decidí dejarla dormir, ya que seguro que ha retrasado su alarma para despertarse más tarde. Últimamente ha tenido unos días muy duros en el hospital, debe de estar agotada.

Preparé mi café mañanero con mucho cuidado de no mancharme la corbata y revisé mi maletín para comprobar que lo llevaba todo. Una vez en la calle me sorprendí, algo iba mal, había demasiado silencio. No había ningún coche circulando por la calle, Tresy no había sacado sus macetas de flores de su floristería y el portero del edificio de enfrente no estaba cotilleando como siempre.

Miré mi móvil, ¿Me había equivocado y no era jueves? Era jueves. Seguí andando hacia el trabajo sin parar de darle vueltas, ¿Y si era festivo? Saqué mi agenda electrónica de mi bolsillo y lo comprobé, no era festivo. Me metí en el coche y llegué al trabajo en apenas unos minutos, sorprendentemente la carretera no estaba abarrotada de coches como siempre, a decir verdad, no había ningún coche en la carretera.

Subí en el ascensor preocupado por el incesante silencio, deseando llegar a la reunión que tenía esa mañana, necesitaba escuchar algo de ruido para variar. En la recepción no estaba Bery como siempre limándose las uñas, ni Karl mi amigo y compañero de compras, en la oficina no había ni un alma.

Contrariado, me metí en la sala de reuniones y tal y como me temía estaba vacía. Decidí entonces empezar a hacer unas cuantas llamadas, llamé primero a Karl, pero no me lo cogió, luego llamé a Bery, pero el resultado fue el mismo, incluso llamé a mi jefe, pero no recibí ninguna respuesta.

Estaba empezando a preocuparme de verdad, ¿A dónde habían ido todos? En ese momento pensé en mi mujer, a la que había dejado dormida en la cama, ella era la única persona que había visto esa mañana. La llamé, pero saltó el contestador.

Un ruido llamó mi atención, era como un ligero aleteo, no sabía de dónde salía ese desconocido sonido hasta que lo vi, era gris, con el pico muy pequeño y los ojos negros extraordinariamente grandes.

—¡Un búho! — exclamé extrañado.

Nunca había visto a un búho tan cerca, resultaba extraño verle en la oficina, había entrado por una ventana cercana. He de reconocer que no soy muy amante de los pájaros y mucho menos de los búhos, por lo que decidí salir de la oficina lo antes posible. La cabeza del búho se movía a medida que me acercaba a la puerta y me entró el pánico. Llegué a mi coche casi corriendo y volví a casa.

Al llegar, me sorprendió ver a mi mujer aún todavía en la cama, eran casi las once de la mañana, debería estar despierta ya. Intenté despertarla con la mano, pero su cuerpo no reaccionaba. Subí las persianas y ni por esas, mi mujer aún dormía, no había manera de despertarla. Le tomé el pulso, seguía viva. Me tranquilicé.

Pensé que lo mejor sería llevarla al hospital, que lo que le ocurría no era normal y así lo hice. Al llegar, el búho estaba esperándome.

—¿Qué haces aquí? ¡Fuera! ¡Estúpido pajarraco! — grité asustado y enfadado al mismo tiempo.

El búho no se movió, no dejaba de mirarme y me ponía nervioso. Saqué a mi mujer en brazos del coche y entré en el hospital. Allí no había nadie. No había ninguna enfermera ni gente haciendo cola para ser atendida.

Cogí una camilla y tumbé a mi esposa. Todo esto era muy extraño, no se oía ningún grito de ningún paciente, ninguna queja, nada. Paseé por las habitaciones de los ingresados llevando a mi mujer en la camilla y me di cuenta, de que las camas sí que estaban ocupadas.

Todos estaban sumidos en un profundo sueño, pero allí estaban, en sus camas, inmóviles. Confuso decidí entrar en la sala de personal, donde deberían estar los médicos y enfermeras de guardia. Cuando entré les vi en el suelo, a todos ellos.

Empecé a pensar en una pandemia o algo por el estilo y me empecé a asustar, salí del hospital corriendo con mi mujer en la camilla, preocupado por contagiarme de lo mismo que le habían pasado a todos.

Ya en el coche me di cuenta de otra cosa, si hubiera sido una enfermedad yo ya estaría contagiado, dado que no ha sido así, debo de ser inmune. Un ruido dentro del coche me sobresalta, el búho está en el asiento del copiloto.

Grito asustado e intento abrir desesperadamente la puerta del coche.

—Jon, deja de intentar huir de esto — dice una voz.

Me giro y veo que en el asiento del copiloto ya no hay un búho sino una mujer, una mujer desconocida.

—¿Quién eres? — pregunto aterrado.

—Soy la doctora Aras Culpuris, he venido a ayudarte.

—¿A ayudarme a qué?

—Este mundo no es real — me dice — está en tu mente.

—¿En mi mente?

—Jon, todo el mundo no está en coma, el único que está en coma, eres tú.

—¿Qué yo estoy en coma?

La chica búho asiente y me mira con preocupación.

—Verás, hemos creado una máquina con la que podemos comunicarnos con la gente que está en coma, yo soy la intrusa que se ha metido en tu mente, estoy intentado que te despiertes.

Yo la miro sin comprender.

—Sé que para ti solo ha pasado un día, pero en realidad llevas dos años en coma.

—Si lo que dices es cierto, ¿Qué debo hacer para despertarme?

—Debes suicidarte, en cuanto tu mente detecte que te vas a suicidar, el susto hará que te despiertes.

—¿Estás loca o qué? — grito desesperado.

—Jon mira a tu alrededor, te darás cuenta de que esto no tiene sentido.

No sé cómo, pero la doctora Búho me convence. Me subo a la azotea del hospital y la miro de reojo desde la cornisa, ella asiente con la cabeza y sé que tengo que hacerlo. Cierro los ojos y salto. La adrenalina recorre mi cuerpo, el pánico se apodera de mí y de repente despierto.

Si te ha gustado…

Para escribir este relato me he inspirado en dos cosas: en Life on Mars una serie que no pude acabar de ver, pero que me encantó y en la peli de La Cuarta Fase, peli de miedo que recomiendo ver.

Con este relato quiero transmitir algo tan simple como que a veces, culpamos a los demás de nuestros errores, pero en realidad los verdaderos culpables somos nosotros. Este mensaje lo muestro con la gente en coma, creemos que todos están en coma (son los culpables), pero en realidad el único que está en coma eres tú (es tu error).

Dicho esto, espero que os haya gustado mi relato y que me dejéis vuestros comentarios, dudas y opiniones al respecto.

Y un saludo de Silvia!!

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